Descripción
El 10 de diciembre del 2008, la Fundación Mario Santodomingo anunció la entrega de becas “de aquí hasta la universidad”, para los once hijos de militares participantes en la llamada Operación Jaque, gracias a la cual fueron “rescatados” mercenarios norteamericanos, militares prisioneros de guerra y una ex candidata presidencial. Becas similares serán entregadas a 38 niños, hijos de militares y policías, prisioneros de guerra, actualmente en poder de la guerrilla.
En momentos en que, pese al prolongado y salvaje esfuerzo pacificador, tercos reaparecen aires de descontento, rabia y dolor, incentivar la moral de las tropas necesario es, aceitar la maquinaria de guerra, salvar el sistema financiero amenazado. En medio de esto, el derecho a educación termina, al servicio de la muerte y la guerra, convertido en inversión que pretenden hacernos creer generosidad proveniente de uno de los grandes beneficiarios del baño de sangre interminable en el que para garantizar “confianza inversionista” y “satisfactorios rendimientos”, ahogadas fueron y siguen siendo millones de vidas de anónimos y anónimas hijos e hijas de esta tierra. Exclusivo del sector agrícola no es el reordenamiento global. Tampoco la ganancia ensangrentada. Industriales y banqueros también se cuentan entre los beneficiarios del baño de sangre y los atropellos.
Media hora antes del anterior anuncio radial, por teléfono llegó otra noticia. Esta sí alentadora. Ésta si al servicio de la Vida y el Trabajo. “Acabamos de llegar a Dabeiba. Venimos al grado de Milton, Omar y Henry”. Y como no parece haber buena sin mala: “Estamos muy contentos. También muy preocupados. Las hermanas no volverán y el colegio en El Paraíso se cierra. Ya el próximo año no habrá sexto. Nos preguntamos qué será de los graduados y qué de los niños que tras ellos vienen”. Son veinticinco niños, niñas, jóvenes, entre 12 y 16 años, quienes quedarían sin derecho a educación secundaria, cuenta la joven voz de mujer. Quieren explorar posibilidades. Informarse. Vislumbrar caminos. Sueñan y saben que todo lo que han soñado lo han ido logrando. Con esfuerzo organizado.
Tanto los graduados como los que ven peligrar su futuro, son hijos de padres que, en muchos casos, vieron asesinar frente a sus niños ojos cuando los estrategas militares decidieron “limpiar” sus veredas, ubicadas en cercanías al Parque Natural Nudo de Paramillo, una de las más importantes reservas de biodiversidad del país, donde nacen los ríos San Jorge y Sinú, desde donde es posible acceder al Nordeste de Antioquia, Córdoba, Urabá y en el que, pese a todas las prohibiciones legales se ha decidido construir una nueva represa: Urrá dos, a pesar de los inmensos e irrecuperables daños ocasionados por la construcción de Urrá Uno, entre cuyos principales beneficiarios estuvieron ganaderos de Córdoba, algunos de los cuales aparecerían posteriormente como jefes de los que, entre el humo de casas incendiadas, gritos, golpes, amenazas, de sus tierras obligados los sacaron once años atrás, siendo los tres que hoy se gradúan apenas niños de nueve y diez años.
Crecieron hacinados en albergues, humillados y despreciados por muchos, vistos con lástima por otras y otros, y con admiración por quienes pudieron con ellos compartir distintos momentos y por quienes han sabido de su lucha constante por hacer realidad los principios que se comprometieron a defender, siendo aún niños, en esos oscuros albergues en los que decidieron negarse al futuro que los dueños del poder les destinaba. ¿Retornar sobre las ruinas y la sangre, en silencio, aislados, sometidos al terror de las armas? ¿Dispersarse en pueblos y ciudades, convertidos en mendigos o en vendedores ambulantes, o en informantes, vigilantes, sicarios? Se preguntaron. Dijeron no.
Se declararon Comunidad de Vida y Trabajo y sin perder de vista las tierras arrebatadas, decidieron exigir reubicación temporal. Una finca a media hora de Dabeiba, en una desbarajustada camioneta lentamente rodando por un tortuoso camino cuya empinada y zigzagueante cuesta final cualquier lluvia obliga a subir a pie, fue el sitio que como “El Paraíso” bautizaron y en el que vida nueva se propusieron construir.
Poner en marcha una finca abandonada y con tierras, clima, aguas, diferentes a aquellas que a sangre y fuego los obligaron a abandonar e ir al mismo tiempo aprendiendo a vivir en comunidad es lo que han venido haciendo desde once años atrás, desde siempre. Negarse a hacer parte de ninguno de los bandos de la guerra actual fue su decisión. No portar armas. No colaborar de ninguna manera con armados. “No somos neutros. Tenemos nuestro propio proyecto de vida”. Afirmaron y también proclamaron “Siempre hemos dicho trabajo, nunca hemos dicho guerra”.
Es lo que han hecho. Es lo que siguen haciendo. Desde los albergues, entre sus preocupaciones siempre ha estado la educación. Con trabajo colectivo y solidaridad convirtieron la vieja cochera de la hacienda en escuela. Donde antes corrían los cerdos, destinados a engordar el bolsillo del patrón, ahora corrían los niños, los graduados de hoy y los que sienten peligrar su derecho a estudiar. Interminables horas de espera costó el nombramiento de la primera maestra, solo para primaria. ¿Después qué? Querían tener bachillerato en El Paraíso. Que un derecho no es regalo han aprendido. Buscaron y encontraron en las Hermanas Lauritas la respuesta. Solidaridad fue también lo que les permitió construir una biblioteca que daría envidia a muchos colegios de municipios colombianos.
Con sus hábitos grises las Lauras fueron siempre y siguen siendo cálida presencia desde los primeros días en que a Dabeiba llegaron, junto a sus familias, aturdidos por el dolor, desconcertados. Durmieron junto a ellos y ellas en días en que el miedo se sentía en el aire y compartieron el encierro en la gallera convertida en albergue, a un costado del parque central, diagonal a la alcaldía y a pocos metros del centro de policía, blanco principal de cualquier ataque guerrillero. Tiempos de metralla y fusil, de tomas y retomas, de horas y horas bajo una frágil cama oyendo gritos, disparos y explosiones. Años de “no salgan”, “no corran”, “no griten”, “no lloren”. Años de aprendizaje, de noches y noches discutiendo entre el humo del fogón colectivo y a la luz de las velas ¿qué hacer?, ¿cómo organizarse? Años de discutir y de inventar. El himno, la bandera. Años de hablar de negociaciones y reuniones y promesas.
Las Hermanas Lauritas acompañaron sus primeros días en El Paraíso y con ellas y ellos vivieron épocas en las que entre los cañonazos alumbrando atardeceres sobre el cañón de la Llorona el miedo soplaba y bajo el cielo, sobre las cabezas, volaban pájaros de muerte prestos a descargar sus mortíferas bombas y junto a ellos, ellas elevaron sus grises brazos con trapos blancos piedad pidiendo.
Cuando disminuyeron los enfrentamientos armados en la zona, una semana por mes dos de ellas vivían en la finca y en el viejo corredor de la semiderruída casa hacienda casa día ellas y ellos, empuñaban ahora en sus manos ya no azada ni machete, sino el lápiz que en sus toscas manos batallaba por la educación. La suya. La de los hijos de los anónimos campesinos asesinados. Esos que soñaban a sus hijos libres, sembradores de alimentos, educados y dignos trabajadores.
Lo que son. Lo que están decididos y decididas a seguir siendo. Lo que han demostrado en años de satisfacciones y fracasos. De construcción y dificultades. De amenazas y atropellos que hoy parecen intensificarse nuevamente.
Sobre dificultades y a pesar del sonido amenazante de guerra, rumores, explosiones, cañonazos, aviones, helicópteros construyeron la escuela, sus viviendas, un trapiche, la corraleja, reconstruyeron la casa hacienda, se convirtieron en admirados bailarines y actores de televisión en su propia película y todavía les quedó tiempo, estando desplazados en junio del 2004, coronarse campeones de futbol municipal juvenil. Así han ido ganando respeto de sus vecinos y de los habitantes de Dabeiba, en general. Recién instalados en el Paraíso, en uno de los bloqueos de alimentos decidieron ofrecer gratis, su cosecha de papaya a los habitantes del casco urbano. Fue su contribución solidaria ante la grave escasez de alimentos que se sufría en barrios y veredas.
A ese gesto se suman otros motivos de respeto: su valentía para hablar con la verdad acerca de la situación de Dabeiba y sus alrededores, su digna lucha por justicia, el mantenerse juntos a pesar de las dificultades y su decisión de no colaborar con ninguno de los dos bandos del conflicto. Decisión puesta a prueba en junio del 2004 cuando centenares de mercenarios armados al servicio del poder global, invadieron el Paraíso, recibieron su pago y a la noche convirtieron en trincheras las viviendas y en escudos los cuerpos de mujeres, hombres, niñas, niños, jóvenes. Acudieron a la autoridad sin obtener respuesta alguna. Decidieron, entonces, desplazarse para demostrar que era verdad su compromiso de no convivir con armados.
Al regreso luego de un mes y medio de este, que para ellos era su segundo desplazamiento forzado, debieron dedicar toda su energía a volver a poner en marcha lo que venían impulsando. Agricultura orgánica, proyecto cultural, cultivos para consumo, trapiche y cultivos colectivos de caña, maíz, fríjol, maracuyá. Y junto a todo ello el colegio. De nuevo los grises hábitos y las tocas de blanco adornadas enmarcando cálidas y hermosas sonrisas y animando a seguir en la lucha por el conocimiento. Y ellos y ellas luchando contra en cansancio y contra la tentación por salir corriendo a mirar si el agua está llegando al cultivo o no y la duda sobre si no sería mejor estar recogiendo la cosecha que aquí luchando con números y letras. Van ganando números y letras. Va ganando la terca decisión por hacer realidad en cada minuto los milenarios sueños que en ellas y ellos van.
Son los hijos y las hijas de esta Colombia sangrante. La de los más. Los campesinos y los trabajadores. Ahí, en ese pequeño territorio declarado Zona Humanitaria, que exige respeto a la población civil y a su derecho a construir sus propios proyectos, hay fiesta esta noche y desde aquí con ellos brindo por la patria grande que soñaron los que también brindan esta noche conmigo. Los padres de hijos e hijas que en las calles de Ciénaga este pasado 5 y 6 de diciembre llevaron música, ritmo, derroche de color, tecnología, para conmemorar los 80 años de la huelga y masacre de los obreros del banano.
Hijos e hijas de América y del mundo soñando mundos nuevos y en el día a día haciéndolos reales. Hijos e Hijas todas y todos. Buscando caminos en los que luz sea la verdad y sea el conocimiento derecho para todas y todos. También para las y los descendientes de los masacrados en 1928, también para los de la Comunidad de Vida y Trabajo de Dabeiba, y sus familias. Las de sangre y las otras. Las surgidas de comunes sueños y desvelos por hacerlos realidad.